Esta es mi traducción del manifiesto de Henry Parland (1908-1930) «Sakernas Uppror» («La revolución de las cosas»), publicado en la revista Quosego en 1928:
Escribir sobre la revolución es algo gratificante. Siempre ha habido revoluciones, y siempre las habrá. Sin embargo, es curioso que casi todos los autores e historiadores han hablado de las revoluciones como de una preocupación humana. Que los entes sin vida «se levanten contra el orden establecido» – tengo que expresarme de esta manera porque no puedo pensar de otra – es algo que muy pocos han imaginado.
En nuestra época el pensamiento sigue girando en torno a lo humano, sólo en torno a los seres humanos los seres humanos los seres humanos. Como un gato que da vueltas sigilosamente en torno a un plato de sopa, nuestros pensamientos se centran en el ser humano; se relamen pensando en lo bien que saben algunas almas humanas en sus fauces hambrientas. Acaso puede extrañarnos que estén ciegos ante la revolución de las cosas, la protesta de las cosas «contra la ridícula actitud humanista que asumimos por primera vez hace un par de miles de años y en la que llevamos durmiendo desde entonces.
Porque no somos los únicos que tenemos el monopolio de la vida. Nunca lo hemos tenido y, afortunadamente, nunca lo tendremos. Pero así como la visión del mundo de Ptolomeo, sabe Dios por qué razones, se mantuvo intacta durante miles de años, la falsedad de considerar al ser humano como elemento central de la existencia ha persistido hasta nuestros días. En última instancia, nuestro valor está fuera de nosotros mismo, en la vida que contenemos.
Pero las cosas son también parte de este contexto: están vivas! Sus almas (tan banales?) vibran con el ritmo de la vida. Cuanto más se acelera el ritmo, con más violencia se expresan las cosas.
Saltan, correr a brincos hacia nosotros: locomotoras, neumáticos, aspiradoras. «La vida!» que grita en el centro, mientras que los motores hacen pedazos nuestras quejas. «La vida!» canta en los cables telefónicos, sopla a lo largo de las carreteras angustiadas. «La vida! LA vida! La vida!»
Pero nosotros seguimos roncando tras las cortinas (hermosas cortinas!) de la estética, del humanismo, farfullando en sueños que hemos derrotado a la vida, felizmente ignorantes de la furiosa embestida de las cosas.
A decir verdad, cualquiera que deambule por las calles sin escuchar la clamorosa canción vital de los carteles está tan sorda como ciega. Y el que no pueda ver las sonrisas femeninas de los escaparates no es un hombre!
Las cosas protestan contra la percepción de que existen sólo para satisfacer nuestras necesidades. Las cosas exigen una posición en la vida – he aprendido la palabra que sigue de los demócratas, de modo que que debe ser tratada con escepticismo – Materialismo, pero no en la forma en que usualmente se entiende este término, porque eso sería un malentendido.
Estamos viviendo una era de mecanización, superficialidad, degeneración? Por supuesto que no! Estamos cayendo, mientras estamos durmiendo. Estamos tratando de usar el viejo, desgastando la idea de medida humana para todo. Las estrellas nos son indiferentes, porque se niegan a estar a nuestro servicio. Sólo vemos el uso que podemos hacer de las cosas, no su conexión con la vida.
No estoy hablando de «americanismo». El americanismo es una cosa totalmente diferente, y ha sido tan incapaz como el resto de los ismos de resolver el problema. No se llega a ninguna parte negando todas las almas, tanto las de los seres humanos como las de las cosas. Eso sólo empeora las cosas.
Se trata de idealismo. El idealismo de las cosas. El idealismo de los neumáticos, las medias, las pastillas para la tos. Estas cosas aman la vida, sus himnos superficiales nos llevan hacia conexiones más profundas. Inmediato como una corbata – el saxofón de la banda de jazz de la vida!